Día del orgasmo femenino: Sujeto objeto sujeto

ilustración de Asia Orlando

Parte del libro «Cuatro cambios de casa» que verá la luz el próximo otoño

Dedicado a mi misma, y a las mujeres que nos mantenemos siempre en lucha interna contra el patriarcado que nos entra por los poros de la piel. Tengamos dos pechos, un pecho o ningún pecho.


La niña no sabe muchas cosas. En realidad las ignora casi todas. A sus cuatro años no ha visto nunca la televisión y aún no ha aprendido a leer.

La niña, a veces, pocas veces, se cansa de jugar. Se queda sobre la cama a solas, en la soledad de la casa donde le han dicho que no haga ningún ruido. Que nadie sepa que ella está allí, mañana y tarde, sola.

La niña tiene vulva. No conoce su nombre, pero tiene vulva. Le gusta tocarla cuando se cansa de mirar los cuentos y se queda tumbada en la soledad del dormitorio blanco que le ha comprado su madre. A veces antes de desayunar, a veces a media tarde, se toca. Su vulva entre las piernas la hace sentir bien. Cuando toca su vulva, la sensación es que la piel se esponja y un pequeño botón que asoma, crece hacia el interior de su vientre. Para sentir esa indescriptible sensación, tan intensa, la niña usa sus manos y recorre su vulva hasta que queda enrojecida.

– mi´hjita – le dice su madre cuando la baña – ¿le gusta a usted tocarse?
– sí mamita
– eso está bien – le dice su madre dulcemente – pero hágalo suavecito, para no hacerse daño.

La niña crece y su vida se llena de estímulos. En su casa hay libros y revistas. Es un momento político decisivo y su padre compra revistas apasionantes que alternan sus páginas de análisis políticos, con otras donde mujeres desnudas posan en posturas incomodisimas. También hay a su alcance revistas que hablan de la vida de personas desconocidas, que se casan, ganan premios, o van de vacaciones, y que enseñan sus secretos de belleza, para que dejen de ser secretos, aunque sean igualmente inalcanzables.

La adolescente lleva años mirando la televisión, leyendo literatura de autor, escuchando canciones de amor. Ahora camina por la calle y es objeto de múltiples miradas. Sus amigas la miran y calibran como le queda sobre el cuerpo flexible y arrogante la ropa de moda que ha comprado al inicio de la temporada. Su amigos la miran y calibran como será ese cuerpo adolescente cuando se despoja de las prendas que lo cubren y la preparan para marcar la diferencia.

La adolescente se confunde.

Quiere ser deseada.

En su fantasía se mezcla su deseo y el deseo de ser deseable.

La adulta está frustrada. La herencia adolescente no la abandona. Todas sus reflexiones liberadoras, más allá del género, se rompen en el momento del deseo y su mente se llena de fantasías patriarcales, ser objeto de deseo no es lo que debería marcar su ruta hacia el placer. Vive una contradicción que la enoja, aunque igualmente recorre el camino del orgasmo una y otra vez. Las ventajas de ser bípeda hay que aprovecharlas.

Y ahora, en su madurez, con la menopausia ha llegado la enfermedad. Un cáncer le ha regalado un cuerpo cercenado. Lejos increíblemente lejos del canon transmitido. Algunos días es un cuerpo difícil de vivir.

No importa ya la ropa, ni la suavidad del vientre. Este cuerpo cercenado no es repulsivo, no es abrasivo, no es un cuerpo que asusta. Pero tampoco es un cuerpo objeto de deseo. La mujer se da cuenta de que ha desaparecido para el deseo ajeno. Las miradas ahora se desvían hacia el rostro con simpatía. Al cuerpo ya nadie lo quiere juzgar.

El pecho sano ha dejado de sentir. El pezón sano ha dejado de erizarse.

Pero, a veces, la mano derecha busca la entrepierna y la mente queda concentrada en sentir el gozo simple del roce que humedece. El propio olor es excitante y cuando llega el orgasmo también el pezón fantasma siente una descarga eléctrica de puro placer.

A veces, la liberación llega por caminos indeseados, pero la liberación siempre está bien.

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