Tengo algunos espectáculos prefijados, sesiones de cuentos que he trabajado y que encajan como un engranaje perfecto gracias al paso del tiempo y al uso, porque han ido, de tanto contarlos, logrando conformar un micro universo en equilibrio. Son mis apuestas seguras, son esas sesiones donde sé que aunque nadie cuenta el mismo cuento dos veces, me siento a salvo de mi misma. A salvo de este síndrome de la impostora que me acompaña desde hace veinte años.
Pero a veces sucede, demasiadas veces sucede, que me piden algo especifico para el lugar, el día o un público concreto. Estoy acostumbrada también a eso, a preparar una sesión de cuentos en cinco días, a lanzarme sin elástico de seguridad, y a temblar de miedo tras la sonrisa justo antes de empezar. Pero, reconozcámoslo, la vida es un desafío continuo y vivir del cuento no es solo cobrar por algo a lo que la gente no otorga demasiado valor racionalmente – aunque después a todo el mundo le gusta demasiado – es también literalmente estar recorriendo el viaje del héroe a cada paso, es estar viviendo el cuento.
A veces, las sesiones a la medida resultan un tanto forzadas, y uno las termina sin ganas de repetir, pero otras veces, las sesiones a la medida resulta que son a tu medida. Eso me ha sucedido a mí con un encargo extraordinario que me han hecho desde el espacio infantil «El camino» de Cáceres. Ustedes pensarán que me pidieron algo sencillo como contar a bebés – toda persona que se precie de ser cuentacuentos sabe como contar a bebés – o un cuentacuentos de 3 a 6 años, o quizás un cuentacuentos con magia para una fiesta… son las ideas lógicas que uno maneja al pensar en un espacio infantil. Pero la verdad es que además de personas pequeñas, los espacios infantiles se nutren y sostienen por las familias que confían en ellos, y reconozcámoslo, a día de hoy, tristemente, se nutren y se sostiene por el aporte extra – no solo monetario – que hacen las madres.
De modo que en «El camino» se propusieron hacerles un regalo, y ahí aparezco yo, porque el regalo era una sesión de cuentos solo para madres.
Eso sucedió el día 3 de mayo y a día de hoy todavía lo estoy disfrutando. Cuando me lo propusieron dije que sí sin dudarlo. Hay un cuento de las mil y una noches que cuento muchas veces, «La mujer más bonita del mundo» y la propuesta me lo trajo a la cabeza inmediatamente. Si ya tenia uno, no iba a ser difícil encontrar tres más. Ya lo he explicado muchas veces, a mí en una hora me caben cuatro cuentos y el diálogo con quien escucha porque sé que es necesario para digerir las historias poder conversarlas.
Y llegó el día, y me vestí de negro que es mi uniforme de trabajo, y tome los fulares adecuados, tengo unos cuarenta fulares de diferentes colores y texturas para poder acompañar mis cuentos, aunque cuentos tengo más de cien en la cabeza, de modo que si los contará todos seguidos tendría que repetir pañuelos.
Salí de casa con una ramita de menta, para crear ambiente, y con la boca seca de los nervios. Y llegué a un espacio desconocido, que tuve que hacer mío en menos de un minuto, y acomodar a las personas que acudían a recoger su regalo vestidas con ropa cómoda. Ella no sabían que debían esperar, y yo no sabía como iban a recibirlo.
Y empezamos.
Diez días después aún me mantengo en ese espacio de acogida y escucha. No creo que pueda olvidar, salvo enfermedad mental, esa sesión de cuentos en la intimidad de un vinculo secreto. ¿Será así como se sienten las personas que pertenecen a un club selecto donde hay que pasar grandes pruebas para entrar? Allí estábamos, todas madres de diferentes maneras, yo contando desde la experiencia de una maternidad de treinta años, ellas escuchando desde sus maternidades diversas, algunas tan extrañas que son madres a tiempo parcial de los hijos de otras personas, lo que no significa que no den todo lo mejor de si mismas en el compromiso de hacer de esas personas pequeñísimas, personas felices que viven en plenitud mientras descubren una parte del mundo de su mano.
Algo de eso sucedió aquella noche. Algo de esa plenitud del descubrimiento nos unió a través de los cuentos. Algunos de tradición oral, otros cuentos de autor y uno, el más largo, un cuento-experimento que se creaba a si mismo al ser nombrado… «¿De donde vienen las madres?»
– Por favor, dime un lugar.
– Y ahora tú, dime una característica personal o una emoción.
Con esas dos cosas, no sé de donde, o quizás sí lo sé – de ser hija, de ser madre y de llevar toda la vida contando cuentos – montaba un microcuento en decimas de segundo, y luego una vez más y otra.
Y luego escucharlas. Que a veces, parte importante de contar es ser también receptora de todo lo que los cuentos remueven dentro de la gente, emociones que necesitan ponerse en palabras para descubrir como bien dice Rosa Montero, dos verdades universales, una que todas somos iguales y dos que todas somos diferentes.
Como casi siempre en mi vida he llegado tarde a ver una serie que ahora considero imprescindible. Soy una persona que no disfruta demasiado de la intriga, ni de la temática policiaca y me resisto a ver series oscuras. Y sin embargo después de ver «The Fall» siento que es una serie que ilumina los puntos oscuros de nuestra sociedad.
Supongo que muchas de ustedes que me leen ya han visto la serie, que fue estrenada en 2013, de modo que un poco más y llego con 10 años de retraso. Tristemente las cosas no han cambiado demasiado, pese a los esfuerzos de Allan Cubitt que está magistral poniéndose en la perspectiva de las mujeres a la hora de afrontar la vida. Y también está magistral en la llamada de atención sobre los Derechos de la Infancia y las terribles consecuencias que acarrea a nuestra sociedad el maltrato infantil, tan presente en lo cotidiano que es sobrecogedor.
He leído por ahí que la tercera temporada fue un alargamiento debido al éxito obtenido, y que se hace pesada. Como suele suceder, voy a disentir. Para mí la tercera temporada es lo mejor de la serie. Cierto que no se puede desligar de las dos anteriores, pero las dos anteriores no hubieran sido suficiente, ni la serie hubiera iluminado en toda su plenitud nuestras partes más oscuras.
También he leído que acusaron a su guionista de misógnia y me he acordado de que algunas madres no quieren comprar mi cuento «Lulú y mi papá» porque dicen que es machista … Y he pensado que no puedo achacar mi fracaso como escritora a mi falta de claridad en el mensaje, lo que es un pobre consuelo, pero no deja de ser un consuelo necesario.
Quizás me hubiera gustado más una protagonista con menos tacón de aguja, quizás. Aunque al final de la serie ya se lo había perdonado todo. También es cierto que una serie de 2013 no puede ser Mare of Easttown y aún así Kate Winslet tuvo que hacer valer su fuerte personalidad a la hora de perfilar un personaje alejado del imaginario patriarcal de mujer atractiva a la par que inteligente.
Pero debo reconocerle a Gillian Anderson su capacidad para transmitir esa mirada feminista que tanta fatal nos hace. A todas las personas, obviamente, pero que se agradece sobre todo entre nosotras las mujeres. Hay una escena, en la tercera temporada, cuando ella está reunida con tres hombres de más de sesenta años, que tiene que decidir sobre si encausar o no a la esposa ( encarnada por la actriz Bronagh Waugh ) del asesino en serie, por haber mentido en un primer momento (temporada 2), y ella defiende que no pueden llevarla hasta ese extremo. Que es demasiado sufrimiento para una persona que acaba de descubrir que su tímido e introvertido, pero generoso y solidario marido y padre de sus hijos, es un asesino despiadado (encarnado por el actor Jamie Dornan). Qué si la fuerzan más, la van a romper. No lloré, pero me falto muy poco. Pensé que me hubiera gustado tenerla de mi lado en más de una reunión, y que de ahora en adelante, cuando me reúna con un montón de personas de esas que reniegan de las emociones y se dicen objetivas (que es la forma de decir a voces, que no tienes ni la más remota idea de como te han podado el ser persona hasta dejarte bajo mínimos), voy a acordarme de la detective superintendente Stella Gibson, salida del imaginario de un hombre, pero seguro que inspirada por la existencia de mujeres de su entorno. Mujeres tan fuertes como vulnerables, tan libres como encorsetadas, tan eficientes como inseguras. Absolutamente conscientes de caminar sobre una delgada cuerda floja, en la que mantener el equilibro es más fácil si eres plenamente consciente de tu mezcla imperfecta, y de tu deseo de un mundo mejor.
Y el tratamiento de la infancia en la serie es, sencillamente, magistral.
Si aún no la han visto, porque van tarde en esto de las modas, como yo, se la aconsejo de todo corazón. Si les gustan las series policiacas quizás está les va a sorprender porque sabemos desde el principio quien es el malo, y es más, sabemos como reacciona ante la búsqueda policial. Para mi, su mayor encanto es esa forma de poner el dedo en la herida, esa forma cariñosa pero firme de ponernos frente al espejo, y por supuesto, dejarnos pensando.