Contar historias

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Maratón de cuentos en Guadalajara Agrupación Fotográfica de Guadalajara

Contar historias es una parte fundamental del ser humano. Las historias nos permiten compartir información de una manera que crea una conexión emocional, van más allá del lenguaje. No es que el lenguaje no sea importante, entendámonos. Necesitamos las palabras para contar historias, y las palabras, como notas musicales, componen una sinfonía de emociones que logra atrapar nuestra atención. Lo fascinante de esto es que viene sucediendo desde hace miles y miles de años. No podemos saber qué se contaban en el paleolítico, porque el lenguaje no fosiliza, pero sí sabemos que se contaban historias.

Este mes de enero cumplo veinte años contando cuentos en público, como narradora profesional. Uno es profesional cuando otras personas le ponen precio a lo que hace y le pagan ese precio. Cuando pagan, reconocen de forma fehaciente que uno lo hace suficientemente bien y que además es necesario para la comunidad. Es muy gratificante, y da sentido a la vida, saber que se hace un trabajo útil, y que se hace suficientemente bien.

Me ha pillado esta semana de celebración preparando un taller sobre cuentos y Literatura Infantil y Juvenil. Ustedes pueden pensar en un primer momento que he sido reiterativa al expresarme, cuentos y LIJ podrían parecer sinónimos, pero en realidad no lo son. Y es que los cuentos no fueron creados para el desarrollo afectivo-intelectual de la infancia. Los cuentos se contaban para toda la comunidad, sin discriminar por edad, sin hacer separaciones, y cada persona tomaba de la historia aquello que necesitaba o que era capaz de asimilar en cada momento vital.

Esta especie de conocimiento por capas también nos puede suceder con los libros, pero nuestra sociedad hiperracional suele ponerle etiquetas. A mí me cuesta mucho ponerle etiquetas a las lecturas, por eso no tengo ni idea para qué público escribo. Si me apuran, tampoco sé decirles para qué público cuento cuentos, y claro, luego vienen las personas encargadas de la educación infantil y me dicen que lo mío no sirve de 3 a 5 años. Y yo me sorprendo, porque si puedes contar “Los tres cerditos y el lobo feroz” también puedes contar “Las tres cerditas y la inspectora medioambiental”, a fin de cuentas he respetado todos los pasos del relato original, salvo quizás la maldad de la inspectora, aunque ciertamente ella da miedo.

Y es que las narrativas son patrones, aunque no todos los patrones son narrativas. Para estar en la categoría de narrativa necesitamos que existan personajes, contexto y una acción dramática. Esto es importante, lo siento, lo he intentado, pero sin conflicto no hay historia.

Y una vez llegada a este punto, y siendo quien soy, debo preguntarme y preguntarles: ¿Los animales se cuentan?

Sinceramente, ahora que sabemos que los delfines tienen nombre, los que se ponen entre sí, no los que les ponen en el zoológicos; ahora que sabemos que los perros reconocen personajes, algo que estaba claro desde hace tiempo, puedo contarles que mi primera perra, “Negrita”, sabía perfectamente quien era la “abuela”, y cuando uno le decía “Hoy viene la abuela”, Negrita se ponía a saltar de contenta porque era capaz de identificar al personaje por su nombre. Pues atendiendo a esto, espero que cualquier día, alguien inteligente y con paciencia para la observación nos descubra al resto de la humanidad las narrativas de los otros animales, tal como hizo Jane Goodall con las herramientas, y acorte un poco más la distancia y la soberbia de nuestra especie.

Hay un libro, siempre hay un libro, titulado “Narrative Madness: The Quixotic Quest for Reality” (Locura narrativa: la búsqueda quijotesca de la realidad) que explora este asunto. Lo escribió Ronald B. Richardson en 2014, pero no está traducido al castellano. La cuestión es que el Sr. Richardson comienza hablándonos del lenguaje de las abejas, porque es una forma de comunicación simbólica en forma de danza, capaz de transmitir información clara sobre temas prácticos como la distancia, la facilidad o dificultad de acceso y la abundancia. Lo resume así: bailan en el presente sobre experiencias pasadas para explotar recursos futuros ¿No es eso contar una historia?

Para el autor, “lo que nos distingue de los animales son afirmaciones como ‘Lo que nos distingue de los animales. . . .’ En otras palabras, lo único que nos separa de los animales es una narrativa continua que dice que no somos animales. El humano es el animal que finge que no lo es. La mayoría de nuestras reglas sociales están diseñadas para ocultar nuestra naturaleza animal de nosotros mismos”.

Hay otro libro, “Abundant Earth: Toward an Ecological Civilization” (La Tierra Abundante: Hacia una civilización ecológica) de Eileen Crist, bióloga y socióloga, donde también se habla de la cuestión de la narrativa. Nos dice la autora: “La causa de nuestra inacción, es la ‘supremacía humana’, una creencia en gran medida inconsciente de que el Homo sapiens es el amo de la creación y no una humilde especie entre millones. Esta visión del mundo promueve no sólo la agricultura industrial, la tala de árboles, la minería de extracción en la cima de las montañas y la pesca de arrastre, sino también comportamientos más comunes como conducir coches que matan la vida silvestre y emiten dióxido de carbono. Mientras prevalezca la supremacía humana, la humanidad seguirá siendo incapaz de reunir la voluntad de reducir y frenar la floreciente empresa humana que está deshaciendo la riqueza biológica de la Tierra”.  

Ahí lo tenemos, una vez más cuestiones que parecen no tener nada que ver a priori, resulta que están tan conectadas que necesitamos estudiarlas juntas para ver el verdadero problema. Y el problema es el antropocentrismo de nuestras narraciones.

Hay una científica informática alemana especializada en robótica social e interacción humano-robot, Kerstin Dautenhahn, que se ha hecho también está pregunta sobre quién narra, y da está respuesta: “Los humanos no son discontinuos del resto de la naturaleza (…) las capacidades narrativas humanas no son únicas y existe una continuidad evolutiva que vincula las narrativas humanas con los formatos narrativos transaccionales en las interacciones sociales entre animales no humanos”.

De modo que me encuentro a mi misma al principio del camino. Es verdad que los estudios narrativos están centrados en lo que conocemos, osea en el lenguaje de las personas, por lo que no logran identificar los modos narrativos en la interacción animal, pero ya hay personas dentro de la comunidad científica haciéndose preguntas sobre esta cuestión, de modo que quizás, mi responsabilidad como narradora oral sea buscar o crear esas historias capaces de romper con el patrón antropocéntrico.

Este año celebro veinte años contando cuentos en público por dinero, es una gran responsabilidad porque todas sabemos que el lenguaje, y las historias, moldean la realidad. Y por eso, no se me ocurre mejor forma de celebrarlo que tener un propósito a futuro, un propósito que engloba hacerse preguntas, buscar respuestas y ofrecer nuevas narrativas que sean capaces de hacer posible un ser humano integrado en la naturaleza, conviviendo en paz con el resto de terrícolas. Ojalá ustedes quieran celebrar conmigo.

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Intolerancia

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Bára Buri
@baraburi






Ver perfil@baraburi

Fue en 1916 cuando D. W. Griffith estrenó su película “Intolerancia”, una película imprescindible para entender la forma cinematográfica de narrar que conecta con la gente. Y sin embargo, pese a las escenas cortas de acción intercalada, no ha logrado cien años después, que las personas entendamos que la intolerancia es un problema para la convivencia, que no nos hace una sociedad más segura y que trae más problemas de los que soluciona.

La semana pasada puse por aquí mis sugerencias para la transformación de la industria alimentaria, y en mi canal de telegram me dejaron este amable mensaje, dirigido a mí y a este medio:

Un diario lleno de enfermas mentales y feministas de mierda, no me extraña que participes con tus locuras, os quedan 2 telediarios

Un amigo, que sabe de estas cosas, me comentó:

… no es de ningún exaltado porque ha medido bien las palabras “os quedan 2 telediarios” que no tienen ningún recorrido legal.

Y esto me llevó a pensar en una duda que me asalta y me duele desde que tengo conciencia de ser mujer: ¿Por qué los hombres, en general, odian a las mujeres? Si no las odiaran no habrían construido un sistema social y legal que limita nuestras opciones, en todo el mundo y durante miles de años.

Pienso que todos los hombres se relacionan con mujeres, es inevitable puesto que para nacer necesitan ser engendrados por una mujer, y saben perfectamente que las mujeres son personas inteligentes y capaces, sin embargo nos etiquetan, a las mujeres con las que comparten su vida y se supone que quieren, como personas no-capaces y en la práctica nos niegan los derechos que se guardan para sí mismos.

Intolerancia por todas partes
La historiadora Marylène Patou-Mathis, en su libro “El hombre prehistórico es también una mujer”, hace un recorrido previo antes de entrar en materia, acerca de las barbaridades que se han dicho sobre la minusvalía de las mujeres desde el neolítico, incluso como se ha dado la vuelta por parte de la comunidad masculina dominante al mensaje de personas que ponían sus esperanzas de salvación de la humanidad en las mujeres, como es el caso de Charles Darwin, del que tomaron las ideas sobre la evolución retorciéndolas tanto que con ellas llegaron a argumentar que los hombres y las mujeres pertenecemos a especies distintas (sic) y por ello es natural y justo que las leyes que rigen nuestra convivencia sean diferentes.

Pero gracias a la técnica biomolecular desarrollada en 2019, llamada análisis de la amelogenina, una proteína presente en el esmalte dental y ligadas al sexo, es posible conocer el sexo de un esqueleto con un alto grado de precisión, y este estudio ha hecho cambiar la interpretación de numerosos yacimientos, donde se había asignado sexo masculino a esqueletos de mujeres debido a su tamaño. Ahora sabemos que eran simplemente mujeres altas y fuertes, porque el dimorfismo sexual en nuestra especie es mínimo. Y esas mujeres aparecen acompañadas de utensilios asignados a la caza, lo que niega que las mujeres fueran exclusivamente madres y recolectoras.

Miro a mi alrededor y me inquieto. Hay un ambiente de intolerancia que se ve por todas partes. Como usuaria habitual de la sanidad pública en los tres últimos años, en los últimos meses noto un nivel de crispación que me asombra. Me hablan alto y marcado. Me dicen cosas desagradables sin venir a cuento, y eso a mí, que soy una persona que se extrema en ser amable; aunque quizás sea por eso, por que me ven débil y piensan/saben que no voy a responder. Tienen razón, no alimento la violencia, pero también sé que lo que hago no es la solución para que cese. No tengo la receta, no tengo la respuesta.

Pero ésta p intolerancia que cubre nuestra vida como una niebla espesa, está fuertemente arraigada en la ignorancia, en la propia ignorancia de las leyes y las normas que como sociedad nos hemos dado.

Desinformación
Me preocupa que estamos en una crisis mundial, sanitaria y social, y deberíamos ser personas maduras, comprensivas y mantener la calma, pero no lo hacemos. También vivimos asediadas por la información sectorizada, al tiempo que desinformadas, y eso no ayuda.

Por ejemplo, escucho a las personas hablar en el autobús y dan por hecho que las vacunas siempre han sido obligatorias y no entienden por qué ahora las del covid no lo son. Parece que la gran mayoría piensa que uno nace y se vacuna, que tienes que seguir el calendario de vacunación para entrar en la escuela infantil o en el colegio, porque desde allí te piden la cartilla de vacunación, pero en realidad eso que hacen es un exceso de celo, ya que la vacunación siempre ha sido voluntaria. ¿Y por qué es voluntaria? Porque conlleva un riesgo. Siempre que nos sometemos a un proceso que puede salvarnos la vida, debemos saber que puede tener un precio, conllevar un riesgo inmediato o a futuro. En algunos tratamientos nos hacen firmar un consentimiento informado, en otros basta con que vayamos voluntariamente. No podemos pensar que debemos tener una fe ciega siempre en la ciencia, porque ya ha demostrado en anteriores ocasiones que se ha equivocado. Lo bueno de la ciencia es que busca respuestas, y no teme reconocer sus errores, porque se sigue planteando preguntas.

En este asunto de las vacunas para el covid, no entiendo por qué no podemos comprender el miedo de los otros. Y hablo como persona que se ha vacunado voluntariamente, pero si tenemos miedo a la enfermedad ¿Por qué no podemos comprender a quienes tienen miedo a las vacunas y sus consecuencias a largo plazo? En este momento todo es incertidumbre.

Es cierto que los medios nos informan de que gran parte de los ingresos en las UCIs son de personas no vacunadas, pero nadie está haciendo un seguimiento a las personas no vacunadas e infectadas que no están pasando la enfermedad en su peor versión, de modo que las noticias nos están haciendo enojarnos con un grupo de población que tiene tanto derecho a pensar por sí mismo, como cualquier otro grupo.

Derechos y deberes
Es fundamental, para una sana convivencia, entender cuales son nuestros derechos, y cuales son nuestros deberes. Hasta ahora nuestro sistema sanitario no ha expulsado a las personas fumadoras, y eso lo honra, pese a que hace ya muchos años que sabemos que fumar provoca cáncer. Yo creo que lo hemos hecho bien. Hemos atendido a esas personas sin juzgarlas, y eso nos honra. Y se las atiende sin criticarlas, sin embargo, con el tema de las vacunas para prevenir el covid, veo a mucha gente a mi alrededor que con la mirada va poniendo estrellas amarillas en el pecho de los demás.

Eso es parte de una mentalidad fascista, que tiene miedo al otro, a la diferencia y a la libertad, a la verdadera, no a la de tomarse cañas. Una sociedad, en un momento de crisis, no se puede permitir sucumbir al miedo, porque el miedo es una respuesta de emergencia puntual, no una respuesta a largo plazo a un problema que se alarga en el tiempo.

La ciencia, que también estudia el miedo, antes pensaba que era respuesta proveniente de la amígdala, ubicada en el sistema límbico que es el que regula las emociones y funciones de conservación del individuo. Ahora sabemos que involucra a otras muchas partes de nuestro cerebro y que afecta a nuestro comportamiento y a nuestra toma de decisiones, por lo que nos conviene serenar la mente, y no ir por ahí actuando como si el resto de las personas fueran depredadores a punto de devorarnos.

Ustedes pensarán, vaya mezcla ha hecho hoy, entre el patriarcado y las vacunas del covid, pero es que creo que el problema tiene la misma raíz, la falta de reconocimiento y respeto por la inteligencia y la línea de pensamiento de otras personas. Obviamente alguien dirá que yo no respeto a los cazadores o a los toreros, a eso debo responder “error”, puedo respetar su línea de pensamiento, pero su línea de acción afecta a otras vidas y eso es una frontera que tenemos que dejar de cruzar. No podemos disponer de las otras vidas, por la simple razón de que no son nuestras.

La importancia de la lectura comprensiva

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Parece que algunos medios periodísticos han hecho fuertes críticas a las declaraciones del Ministro Garzón en la entrevista que concedió a The Guardian.

Me sorprende, porque al leerla salta a la vista que el Ministro está preocupado por su país, y que además señala algunas zonas como ejemplares, entre ellas dos en las que yo reparto mi vida, como son Extremadura y Asturias. Dice:

“La ganadería extensiva es un medio de ganadería ambientalmente sostenible y que tiene mucho peso en partes de España como Asturias, partes de Castilla y León, Andalucía y Extremadura”

Y aquí estoy yo, una antiespecista, teniendo que salir en defensa de un señor que come carne y que piensa que las personas tenemos derecho a usar a los animales, con moderación, eso sí. Pero es lo único sensato que me parece que se puede hacer, ante las críticas desmedidas que se han vertido hacia él desde el lado de una España que se niega a mirar de frente los problemas. Y mirá que él lo explica clarito:

“Si no actuamos, no será solo el cambio climático con el que nos enfrentaremos, será la triple crisis: la pérdida de biodiversidad, la contaminación y el cambio climático.”

“Sería el final para un país como España. España es un país de la cuenca mediterránea, no es Reino Unido ni Alemania, y la desertificación es un problema muy grave para nuestro país, sobre todo porque depende mucho del turismo. Visitar un desierto no es tan atractivo como visitar la Costa del Sol. ”

Siempre me sorprende que se considere cuestión de ideología un problema obvio, y vuelvo a insistir en que hay cambios que son necesarios y el sistema socioeconómico en el que estamos atrapadas, o en el que convivimos o mal vivimos según quien, es un sistema experto en adaptarse, reinventarse e incluso camuflarse.

Como persona vegana, he visto aparecer una gran cantidad de empresas en los últimos cinco años que dan opciones que no me hubiera atrevido a imaginar hace solo siete años. Cuando dejé la leche hace veinte años me pasé a las infusiones y borré para siempre mi deseo, pero ahora puedo pedir un café con bebida vegetal en casi cualquier bar o cafetería. Hay empresas que exportan a todo el mundo una amplia variedad de quesos vegetales, y la propia Central Lechera Asturiana ha sacado su línea de productos veganos.

En realidad, lo que propone Garzón a la industria cárnica no es desaparecer, es reinventarse, porque hay millones de personas que tienen que comer cada día, y esas personas están deseando disfrutar de sabores tradicionales sin dañar el planeta, para garantizar un futuro a sus descendientes. Además es un momento clave. Estamos en el comienzo del camino con un público creciente que está ávido de nuevas posibilidades, de que se le ofrezcan soluciones sencillas a sus graves problemas de conciencia, de tiempo y de paladar.

Yo misma debo reconocer que demoré en dar el paso al veganismo porque dejar el queso era para mí era tan difícil como para otras personas es difícil dejar de fumar. Esto tiene también su explicación científica porque este derivado de la leche contiene caseína y, durante el proceso de digestión, la caseína se descompone en diferentes sustancias, entre ellas la casomorfina y ese final lo convierte en potencialmente adictivo, pero unas diez veces menos que la morfina, de modo que nos produce un cierto placer, pero muy controlado. Resumiendo mucho, comer queso produce endorfinas que es una droga natural que sintetiza nuestro cerebro y no genera una dependencia peligrosa para nuestra salud.

Hoy me hubiera costado mucho menos dar el paso porque puedo, si quiero, cenar una tabla de no quesos veganos tan variada y deliciosa como las lácteas, el único inconveniente para mi, hoy por hoy, es que además de vegana soy ecologista y la empresa que hace los mejores y más variados no quesos veganos es escocesa, con lo que debo plantearme todo el problema de la contaminación por transporte. De modo que debo conformarme con los no quesos que elaboro yo misma en casa. Ahí tienen una idea de negocio, si los escoceses han podido porque no vamos a poder aquí, tenemos las materias primas necesarias. Actualmente yo los hago de garbanzos (similar al queso fresco), de pipas de girasol, de almendras y de nueces, todos productos nacionales.

Por otro lado, se ha criticado tanto el que las personas veganas abusen del tofu, un alimento que tiene más de dos mil años de historia, pero que nos dicen que es una moda pasajera; que están apareciendo algunas otras opciones como los guisantes texturizados con los que se elaboran los mismos platos que con la soja texturizada, similares a la salsa bolognesa, a las hamburguesas u otros platos en los que sustituye a la carne.

En los últimos años se han puesto de moda los embutidos veganos, como el calabizo. Algo que yo no disfruto porque soy una persona mayor, que dejo de lado los embutidos hace mucho tiempo y probar estas nuevas alternativas es tan realista gracias al uso de las especias, que parece que estás comiendo animales en lugar de un chorizo de calabaza. Claro que cuando escucho las críticas a estos nuevos embutidos, me acuerdo de mi padre la primera vez que probó la patatera y exclamó horrorizado “¡A quien se le ha ocurrido ponerle patata!” Esto es para resumir que ciertamente a todas las personas nos asusta el cambio, y que lo malo de la herencia cultural es que nos da forma, pero a veces es imprescindible cambiar para sobrevivir. Hay personas que tienen que atravesar desiertos y cruzar mares para lograr una vida mejor (empujadas por la emergencia climática en muchos casos), a nosotras solo se nos pide que cambiemos el contenido de nuestro plato por otro de igual valor nutritivo, similar experiencia en el paladar, y con menos coste medioambiental.

Si ya han visto la última de DiCaprio Don’t Look Up entenderán mejor este artículo. Sigo sin ver donde está la ideología en afrontar el problema lo antes posible. Y desde luego, me da pena, sobre todo mucha pena, que personas con estudios universitarios no sean capaces de tener suficiente comprensión lectora, o peor aún, que teniéndola no les importe pasar por necios, solo para desacreditar a un oponente político.

Escribo esto y ustedes pensarán, es normal que lo defienda porque la cercanía ideológica-partidista, no quiero que se equivoquen. Escribo esto porque me enoja la situación, lo hago en paz con mi conciencia, pero Garzón no tiene mi voto.

Las olvidadas

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Y me acuerdo de Simone Weil, y de su conocida sentencia “El mal es ilimitado, pero no infinito. Sólo lo infinito limita lo ilimitado. (La gravedad y la gracia, 1947) 

Foto de Julie Ricard en Unsplash

Ustedes van a leer esto en los primeros días de 2022, aún con la resaca de los buenos deseos y los buenos propósitos. Sin embargo, yo escribo en los últimos días de 2021, en medio del balance vital que parece imponerse sin que pueda hacer nada por evitarlo.

No voy a generalizar porque eso está feo, y suele ser mentira. De modo que les diré que en mi caso, en los últimos años, el balance suele tener un regusto doloroso, y eso que en mi vida he superado un cáncer grado III y debería sentirme como quien alcanza la cumbre del Everest o gana el Premio Franz Kafka, cuanto menos, por el resto de mis días.

Pero es que en este balance agridulce no suelo mirar mi propia vida, supongo que por eso en el balance general me sale muy alta la cuenta de los pasivos, con las deudas y obligaciones que tengo con el mundo.

Que Desmond Tutu nos deje hace que la cuenta se incline por el lado de la memoria hacía los desafíos futuros. Ser fiel a los principios más humanos de justicia desde el afecto, mantener nuestra independencia incluso de las instituciones que abrazamos, porque es más importante la Justicia que cualquier otra consideración o lealtad.

Y me acuerdo de Simone Weil, y de su conocida sentencia “El mal es ilimitado, pero no infinito. Sólo lo infinito limita lo ilimitado.” (“La gravedad y la gracia” 1947) y me pongo manos a la obra con la mirada amorosa, y por tanto infinita, hacia el mundo.

En ese estado me alcanza una llamada, y me recuerda una guerra que no acaba, la de Siria. Y me recuerda que aún existen personas que escapando de la guerra van a parar a los campos de refugiados. La persona que me llama me habla concretamente de la situación en el Líbano, donde estas personas que no conozco pero que son tan personas como yo, viven sufriendo una precariedad que no cesa.

¿Qué balance harán de sus vidas? ¿Qué propósitos de Año Nuevo formularán? ¿Creerán aún en la bondad del Ser humano? Porque seamos sinceras, nuestro sistema es injusto y no da respuestas justas ante las emergencias de la vida. Nuestro sistema social hace aguas por el lado de las instituciones.

Consulto la prensa internacional y descubro que en 2021 se ha informado de que en los campos de refugiados “UNICEF estima que el 22 por ciento de las familias de refugiados sirios enviaron a sus hijos a trabajar y el 35 por ciento tuvo que interrumpir la educación de sus hijos.”

Descubro que el Ministerio de Educación del Líbano aplica políticas que bloquean el acceso de los niños refugiados sirios a la educación (Fuente Human Rights Watch diciembre 2021). Miles de niños refugiados sirios han estado fuera de la escuela, bloqueados por políticas que requieren registros educativos certificados, residencia legal en el Líbano y otros documentos oficiales que muchos sirios no pueden obtener.

No me voy a extender, porque ustedes estarán entrando en la última recta de la Navidad, pensando en hacer la felicidad de sus seres queridos, pensando en regalos que muestren su amor a quienes conocen bien, y pensando sobre todo en hacer feliz a la infancia que mejor conocen. Sin embargo, me voy a permitir dejarles dos propuestas diferentes, para ser mágicos en la verdad e infinitos en el amor como nos propone Simone Weil.

La primera atender la llamada de la ONG Sonrisas en Acción y hacer un donativo, por pequeño que sea, en su cuenta bancaria con el concepto “Dona Navidad” (ES42 2100 4839 5422 0012 5632) para que esa infancia que crece en la absoluta precariedad no deje de tener fe en el Ser humano, y esperanza “esta pequeña niña que atravesará los mundos”

La segunda, cargar con las deudas y obligaciones del balance sin perder la alegría. Mi regalo es recordarles que “umuntu, ngumuntu, ngabantu”, un dicho popular que se traduce como “una persona es una persona a causa de los demás”.

Tradiciones y evoluciones (o viceversa)

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Voy por la calle y siento que hay un exceso de tristeza que nos paraliza, una tristeza no razonada que no ayuda a salir del problema

Soy de allende los mares y estoy de celebración. A vista de pájaro puede parecer que las cosas en mi Chile natal están avanzando mejor que en este lado del atlántico en esta España que es mi patria paterna original. Allá una asamblea constituyente trabaja en la redacción de una constitución en paridad de género incluyendo a los pueblos originarios, que viene a ser como su en este lado incluyeramos a la etnia gitana como voz con tanto derecho como las autonomías; y un presidente electo, el más joven y el más votado de la historia, se compromete sin rubor con el bienestar animal y presume de perro adoptado abriendo un perfil oficial para Brownie Boric Font en twitter e instagram.

En su discurso de la noche electoral Gabriel Boric dijo muchas cosas hermosas, sin olvidar que el cambio climático es un problema real. Que la gente vote a alguien que habla tan claro de un problema que nadie quiere afrontar realmente, ahí tenemos la COP26, un fracaso en toda regla, no deja de ser esperanzador. Y sí, miro a Boric con ilusión y con incredulidad porque es un presidente de cuento. Con una pareja estable desde 2019 que es en sí misma una garantía de que el feminismo y la diversidad afectivo-sexual no van a ser cuestiones de segunda.

Pero mis dos patrias son naciones claramente divididas por sus ideas sobre como deberían ser las personas de bien. Lo que resulta claramente llamativo ya que estamos atrapadas en está casa común de la que no hay forma de escapar, y eso debería ser algo que nos obliga a entendernos.

Menos mal que Alemania, otra nación dividida pero menos, marca un camino que aunque la gente aquí no quiera informarse, nos va a afectar. El acuerdo de coalición con Los Verdes va a poner el problema climático en el centro de las políticas gubernamentales, y la mayor economía de la Unión Europea anuncia que adelanta el calendario para alcanzar los Acuerdo de París, para lograr la neutralidad climática en 2045, y quiere llegar a establecer como mayoritarias las energías renovables en 2030, el mismo año en que piensan terminar su dependencia del carbón. Y además mantienen su compromiso con el adiós definitivo a la energía nuclear.

Es algo importante para decidir ahora mismo, porque “en una generación habremos consumido tanto como en toda la historia del ser humano. Es clarísimo que esto estallará de alguna forma. Ya estamos viviendo estas consecuencias; los microchips son sólo una muestra. Pero realmente todas las materias primas están sufriendo subidas brutales, porque la demanda sube de forma exponencial y no hay fábricas que sean capaces de dar abastecimiento ni recursos suficientes para abastecerlas. Tenemos un problema serio que hay que abordar de inmediato.” Son palabras de Alicia Valero que lleva 18 años estudiando las tendencias de consumo energético desde el Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (Instituto CIRCE).

En estos días de tradiciones que yo abrazo desde la esperanza, y también desde el eclecticismo, porque soy de esas personas que no olvidan que muchas culturas desde el Egipto predinástico allá por el 3200 antes de cristo, se celebran fiestas similares que comparten esta misma historia basada en mirar el cielo con atención. No puedo dejar de creer en el poder de los cuentos, en el poder de la palabra y en el poder de la esperanza.

Voy por la calle y siento que hay un exceso de tristeza que nos paraliza, una tristeza no razonada que no ayuda a salir del problema. Hay en el ambiente un manto pesado, pero ni aún así puedo dejar de ver como brillan ciertos avances en mis dos patrias. Quiero recordarles que se ha abierto el plazo para hacer aportaciones a la reforma de la legislación penal en materia de maltrato animal, y el plazo finaliza el 15 de enero de 2022 (consultasdgda@mdsocialesa2030.gob.es) , desconozco la razón por la que no puedo sentirme triste, ¿será por que he leído demasiado a Pegúy?

Y para terminar, acá les dejo mi regalo para estás fiestas:

La Esperanza es una niña pequeña que no parece nada.

Que ha venido al mundo el día de Navidad del año pasado.

Que juega todavía con el buen enero.

Con sus pequeños arbolitos de madera alemanes cubiertos de escarcha verde.

Y con su buey y su asno de madera alemanes.

Pintados.

Y con su cuna llena de paja que las bestias no se comen.

Por que ellas son de madera.

Y sin embargo, será esta pequeña niña la que atravesará los mundos.

“Pórtico al misterio de la segunda virtud” de Charles Péguy

Cuando perdemos la esperanza


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Existe una relación inversa entre la clase social ocupacional y el riesgo de suicidio y cuanto más alta es la posición dentro de la jerarquía de clases, menor es la tasa de comportamiento suicida


La pasada semana nuestra sociedad quedo conmocionada por el suicidio de Verónica Forqué. Una personas tan dulce y sonriente, una personas tocada por la varita mágica del éxito. Alguien a quien uno podría envidiar con demasiada facilidad porque respiraba bondad.

He leído a Lucia Etxebarría hablando del acoso que sufrió en las redes sociales como posible causa de ese rendirse. No sé, quizás tenga razón, la fama es una carga que no he experimentado, y me hace pensar en esa máxima budista que dice “cuando veas a alguien triunfar, siente piedad” porque obviamente nada es para siempre, aunque a las personas nos gustaría que la seguridad, el éxito y la gloria fueran la norma en nuestra vida, y que los sinsabores fueran apenas una anécdota que contar, entre risas, en alguna cena familiar.

Pero el problema del suicidio es tan grave que tiene incluso un día, el 10 de septiembre. Yo lo tengo muy presente porque queda cerca de mi cumpleaños y soy una de esas personas que cada vez que las cosas se tuercen piensa “ojalá me muriera ahora mismo”.

Pero no basta con desear morir, suicidarse conlleva un esfuerzo, y esa es la parte aterradora. Muchas personas dicen que si tuvieran que matar con sus propias manos a los animales que se comen, se harían vegetarianas, algunas solo de pensar en la carga que ponemos sobre gente que no conocemos, nos hacemos veganas … y es que todas sabemos que quitar la vida no es fácil e implica una buena sobredosis de violencia; por eso pensamos con una mezcla de horror y culpa a quienes logran quitarse la propia vida, porque deben superar la barrera del instinto de supervivencia, y porque su desesperación nos ha pasado desapercibida. Nos aterra esa soledad inconmensurable, que no se ve del todo, y si no hemos sido capaces de tender la mano, es posible que esa soledad nos alcance un día cuando estemos en soledad, y tampoco recibamos el dulce consuelo de una mano amiga. No lo sabemos, no somos conscientes, pero en el mundo se suicida, aproximadamente, una persona cada 40 segundos.

Nos gusta pensar que sucede por la tristeza, por un desarreglo en la química emocional, y es así en algunos casos, pero la mayor parte de los suicidios están originados por la pobreza. Ya lo decía Platón, el suicido se justifica cuando uno “se ve obligado a ello por la ocurrencia de alguna desgracia insoportable”.

Un 80% de todos los suicidios ocurren en países de ingresos bajos o medio-bajos (https://www.who.int/teams/mental-health-and-substance-use), siendo el sudeste asiático quien más sufre la desesperanza, un 15,6 por 100.000 de sus habitantes. Nuestra región mediterránea es la que sale mejor parada en las estadísticas con una tasa de 5,6 de suicidios por 100.000 habitantes. El subcontinente europeo tiene una tasa media de mortalidad por suicidio de 14,1 por 100.000, y eso es porque por ejemplo en Lituania la media está en 32,7 por 100.000 y descompensa la media esperanzadora del mediterráneo.

No voy a poner más datos, no tengan miedo. Pero a veces los datos son necesarios para borrar algunas ideas falsas que atesoramos como un consuelo. Yo misma he dicho en más de una ocasión que en Suecia el suicidio es un problema, y sin embargo los datos me dan otra perspectiva. En la mayor parte de los casos del mundo el suicidio es debido a la desigualdad, a la pobreza, a la perdida de la esperanza de un cambio. Cuando todos los caminos están cortados, cuando miras a tu alrededor y todo es hostilidad porque reconozcámoslo, la pobreza no nos gusta y miramos a las personas pobres como a seres indeseables, porque si hay algo que no queremos abrazar es la pobreza. Aunque luego admiremos a quienes pueden hacerlo, aunque se lo exijamos a los políticos de la izquierda, que no a los de la derecha. Aunque sepamos que el camino de la salvación planetaria pasa por abrazar la austeridad en nuestras vidas. La pobreza nos causa un terror semejante al que sentimos al imaginar un cáncer de páncreas.

Pensando en estos datos recopilados en los últimos tres años, y en la emergencia climática, que es una de las mayores causas de pobreza actualmente, no queda más que preguntarse ¿Hasta cuándo vamos a mantener este sistema violento y este cerrar los ojos?

En un estudio realizado en 2016 (Gunnell y Chang) explicaban que “aunque – el suicido- aumenta con la pérdida de empleo, también contribuyen otros factores estresantes como las medidas de austeridad, la pérdida del hogar, y las deudas imposibles de pagar”, y eso ocasiona tensión en las relaciones personales, y desde luego no ayuda el escaso apoyo de los servicios de salud mental, que cuando existen, van de la mano de largas listas de espera y una atención deshumanizada.

Existe una relación inversa entre la clase social ocupacional y el riesgo de suicidio y cuanto más alta es la posición dentro de la jerarquía de clases, menor es la tasa de comportamiento suicida.

Un estudio europeo sobre las desigualdades socioeconómicas, medidas por nivel educativo y acceso a la vivienda, (Lorant et al., 2005) encontró que el comportamiento suicida es más habitual entre los hombres con un bajo nivel educativo, con un factor de riesgo de suicidio en 8 de cada 10 países. Curiosamente es al revés para las mujeres, un menor nivel educativo tiende a protegerlas del suicidio. Otro dato curioso es que el suicidio es mayor entre quienes alquilan, que entre quienes tienen una vivienda en propiedad, y aquí da igual el género.

No es cosa de broma, porque el riesgo relativo de suicidio es diez veces mayor entre las personas que viven en zonas socialmente desprotegidas, que aquellas que viven en barrios confortables, con amplitud de servicios a su alcance, será por eso que en Japón, Corea, Hong Kong o Singapur el suicidio es meramente anecdótico.

En el subcontinente europeo, y en nuestra zona mediterránea, el problema del suicidio va asociado sobre todo a las personas jóvenes, especialmente adolescentes, aunque también hay casos en la infancia. Va asociado a soledad, sentimiento de desamparo frente a la vida, imposibilidad de cumplir con las expectativas que hacemos recaer sobre sus frágiles hombros.

Quizás es porque me hago muy mayor, pero tengo ya una lista bastante larga de pérdidas por esta causa, y no deja de dolerme esa salida traumática y traumatizante. Porque el suicidio no es solo para quien lo comete, también es una pesada carga para quienes sentimos la impotencia de no haber podido hacer algo en positivo para salvar esas vidas.

También sucede que tiene un cierto regusto a espíritu exquisito o a inteligencia desbordada, y lo rodeamos de un cierto misticismo inalcanzable, como es el caso de Virginia Woolf, Violeta Parra (https://www.eldiario.es/cultura/musica/no-suicido-amor-tristeza-politica-mato-violeta-parra_1_7191232.html) , Sylvia Plath o Alfonsina Storni, por nombrar solo a cuatro.

No he encontrado estudios sobre si son más propensas las personas de las artes y las humanidades que las de las ciencias, quizás fuera bueno hacerse esa pregunta. En cualquier caso quedamos con el horror y la tristeza, a ver si así logramos dar un cambio al mundo, y salvar esas vidas que se lanzan en brazos de la muerte porque no les queda ya ni un trago de esperanza para el camino.

Los animales no son cosas y otras perogrulladas

ElDiario.es

La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia fue el primer manifiesto escrito por científicos donde se reconoce que los animales son conscientes de sí mismos y del mundo que los rodea

A veces sucede que las leyes van por delante de la sociedad que las debe aplicar, y en otros casos las leyes van con un retraso significativo respecto al sentido común, que ya se sabe es el menos común de los sentidos. Pero cuando por fin las leyes y el sentido común se dan la mano, es tiempo de celebración.

Así ha sucedido el pasado 2 de diciembre en el Congreso español, que al fin se ha reconocido algo obvio: los animales tienen capacidad de sentir, y por tanto, no son cosas.

Les voy a contar una historia terrible que me contaba mi padre cuando yo era niña. Mi padre debía ser un hombre muy sensible, que ocultaba su sensibilidad en una auténtica capa de invisibilidad. El y yo no nos llevábamos muy bien, y sin embargo gran parte de lo que soy se lo debo a las historias que me contaba, casi todas sucesos reales acontecidos en la aldea de El Mazo, Asturias, donde él nació, fruto de generaciones que se remontan como poco a coetáneos de Don Pelayo.

La historia de mi padre, que marcó mi infancia, era sobre un hombre de escasa inteligencia, que tenía una yegua preñada, y el hombre estaba pasando una crisis económica de las normales en la posguerra española, por lo que vendió el potro nada más nacer, para chorizo. Sí, es o era costumbre mezclar la carne del cerdo con la de caballo para hacer los chorizos de la matanza anual, es algo de lo que doy fe porque aún era así hace 35 años atrás.

Aquel hombre, de escasa inteligencia, con las prisas por cobrar, fue a la cuadra donde la yegua estaba cuidando de su potrillo, y tomando al potro que ya tenía unos días, lo apartó un poco y le dio muerte delante de su madre. En ese momento, con los ojos desencajados por el horror, la madre sufrió un paro cardíaco y murió. El hombre, que no contaba con perder a la yegua, que era su apoyo en el trabajo del campo, fue a casa de mis abuelos a compartir su desgracia, y se encontró con que mi abuelo le recriminó severamente. No por matar al potro, eso entraba dentro de la normalidad, sino por hacerlo delante de su madre. Ninguna madre, le explicaba mi abuelo, puede soportar el dolor de ver morir a su hijo. Si la separas, ella mantendrá la esperanza de que sigue vivo en algún otro lugar, y esa esperanza le ayudará a vivir la tristeza de la separación. Pero verlo morir, de forma violenta, delante de sus propios ojos. Eso cierra toda esperanza.

La familia de mi padre vivía de la ganadería, por lo que no puedo presumir de venir de una larga saga de defensores de los animales. Sin embargo, creo que aún con todo lo que significa eso, hubieran celebrado una ley que les daba la razón, los animales tienen la capacidad de sentir en toda la amplitud que eso significa.

Francia reconoció en 1976 a los animales como seres sensibles en su Código Rural y de Pesca Marítima, aunque no reformó su Código Civil hasta 2015.

La Unión Europea ya en 1997 en el Protocolo sobre la Protección y Bienestar de los Animales, anexo al Tratado Constitutivo de la Unión Europea hablaba de “garantizar una mayor protección y un mayor respeto del bienestar de los animales como seres sensibles (…)”. El primer estado en incluir esta consideración en sus leyes aclarando que los animales no son cosas fue Austria en 1988, el segundo fue Alemania en 1990, después Francia, en 2015, como ya he dicho. Portugal lo hizo en 2017.

Otros estados que han modificado sus leyes en el mismo sentido son Suiza, Canadá, Nueva Zelanda y Colombia. Brasil, Argentina y Chile están trabajando para reformar el estatuto jurídico de los animales en el mismo sentido.

Y sé que esto va a doler a algunas personas, pero dentro del Estado español, Cataluña reformó su Derecho Civil foral en 2006 para especificar que los animales no son cosas y que solo se les aplican las reglas de los bienes en lo que permita su naturaleza.

Este mapa visibiliza lo tarde que va la humanidad en reconocer que no es la dueña de la vida en el planeta. En 2012 tuvo lugar la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, un hito histórico por ser el primer manifiesto escrito por científicos donde se reconoce que los animales son conscientes de sí mismos y del mundo que los rodea. La comunidad científica se sintió en la obligación moral de hacer esta declaración, y en palabras del neurocientífico Philip Low: “Decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico. Es obvio para todos en este salón que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad”.

Y así lo ha demostrado la votación en el Congreso. En 2017, cuando se presentó por primera vez la PNL, y que tuvo un apoyo unánimemente a favor, sin embargo ahora la aprobación del 2 de diciembre, se ve empañada por los 48 votos en contra y las 13 abstenciones, y hace una fotografía exacta sobre el conflicto social que estamos viviendo. Aún somos mayoría quienes comprendemos que la noción cartesiana de los animales es una aberración, pero asusta el retroceso intelectual y moral que da votos, y carta de legitimidad, a quienes se aferran a la soberbia supremacista.

No obstante, no nos quedemos paralizadas por el miedo. Celebremos que el abanico de derechos se abre cada vez más y da aire fresco a más vidas. Bailemos, que para eso es nuestra revolución.  

Libros, lecturas y contenidos dignos

ElDiario.es

Foto de 🇸🇮 Janko Ferlič en Unsplash

La semana pasada amenazaba con escribir sobre lo que leo, y reflexionar sobre libros, editoriales y librerías. Pues aquí estoy para cumplir mi amenaza.

En el año 2019 Sandra Ollo, editora de Quaderns Crema y Acantilado, lanzaba una reflexión al aire, en una entrevista periodística: “se publica tanto porque se escribe demasiado” y “el exceso perjudica el gusto lector, y quizás banaliza el libro, que en mi opinión es un objeto lo suficientemente importante en la historia de la cultura como para albergar contenidos dignos, más de lo que a veces se ve por las librerías”.

En nuestro país se publica en el mismo porcentaje que se hace en los países de la Unión Europea, de modo que en eso no le doy la razón a la editora, aunque supongo que del otro lado, todas pensamos que falta calidad en los textos que nos encontramos en el mercado. Como soy escritora, y ese comentario me ataca fuerte por el lado de la vanidad, yo no me atrevería a decirle a nadie que no tiene calidad suficiente para publicar. Incluso cuando una editorial te rechaza, no te lo dice directamente, seguro que Sandra tampoco. A mí una de las más grandes editoriales me escribio amablemente rechazando una de mis obras: “Lamentablemente, y sin merma de sus indudables méritos, nuestros asesores han desaconsejado su publicación en nuestras colecciones”. Paños calientes, obviamente.

En números redondos se publican unos 70.000 libros al año en nuestro país, similar a la media europea, aunque se venden menos ejemplares. La media en España está en 3.762 ejemplares por libro publicado, mientras que en Francia, la media es de 5.341.

Pero hablemos de libros, de esos libros que no ocupan los escaparates y que sin embargo, uno agradece que alguien tenga el valor de editar, aunque a veces es posible que no lleguen a alcanzar ni la media de ventas estimada. Uno de los últimos libros que he leído es “Conversaciones” de Ediciones Ulises, que trae de regreso dos entrevistas que se hicieron a Benito Pérez Galdós cuando estaba en su mejor momento vital, y ya era un escritor consagrado con obras que se traducian al inglés y al francés, y con dramas teatrales que se representaban en París.

Le insistía el primer entrevistador a Don Benito que le contara algo sobre sus duros comienzos, en la página 130 encontramos este diálogo:

Una pregunta: ¿imprimió usted La Fontana por su cuenta?
Sí, como todas mis novelas. Yo he tenido dinero. En realidad, yo no he luchado. No me han faltado nunca el dinero para realizar mis sueños literarios ni los elogios para alentarme …
Ahora, si ustedes han llegado hasta aquí, quizás se pregunten cuántos ejemplares se pueden vender de una edición de entrevistas realizadas en 1910, a un hombre al que el mundo académico admira, pero al que ya nadie de la calle parece haber leído por placer. Desde luego yo me siento muy feliz del riesgo que ha tomado la editorial, y he disfrutado muchísimo la lectura.

Pero las declaraciones galdosianas nos llevan a otro terreno, el terreno de las autopublicaciones. En la misma carta de rechazo, de la importante editorial, me animaban a autopublicarme bajo su sello creado para este menester. A fin de cuentas, para las editoriales, la autopublicación es otra forma de hacer negocio, sin necesidad de inversión previa.

Pero volviendo al tema de las lecturas, y aparte de mi fijación, quizás enfermiza, con Galdós, el resto de mis lecturas son mayormente ensayisticas, y tengo tres editoriales de cabecera, las tres principalmente antiespecistas, y ninguna parece tener el favor del gran público. Entre las autoras que leo, está Carol J. Adams una neoyorkina feminista y activista por los derechos de los animales. Para mí es una escritora de exito, aunque supongo que no podría reconocerla por la calle.

Otra de mis admiradas es Alicia Puleo, y al mismo nivel Marta Tafalla, con su capacidad de ser rigurosa al tiempo que poética. Y tengo otra Marta, Marta Navarro a la que admiro como poeta y también como activista.

Sí, también leo poesía, soy de esas a las que le gusta que le estalle la cabeza. Y relato breve, mucho relato breve también. Lo último que he leído, un día antes de sentarme a escribir esta reflexión, han sido los cuentos de Purificación Claver, en su libro descatalogado “Partir de cero”. Ojalá lo reediten porque hay verdaderas joyas entre ellos.

Claro que debo nombrar a dos grandes, como son Alice Munro y Svetlana Aleksiévich, cuyos nombres espero que si les sean familiares. Me gustaría decirles que leo a Maryse Condé o a Anne Bogart, pero aún no es verdad, están en mi lista de pendientes. Pensar en Anne Bogart me recuerda que a veces también leo teatro, sobre todo las obras de Nicolás Paz, que es a la vez un magnífico cuentista. Y también me gusta leer guión cinematográfico, será por que soy disléxica pero puedo ver las películas perfectamente al leer los guiones. Y me encanta ser parte de la construcción de los decorados, los enfoques de cámara y los efectos especiales.

Desde que me hice mayor me encanta la Literatura Infantil y Juvenil. Y soy muy de los clásicos, Roal Dalh y Beatrix Potter me siguen maravillando, pero disfruto muchísimo descubriendo tesoros como los cuentos de Susanna Isern o los de Jimmy Liao. O mis admiradas y cacereñas Pilar Alcántara y Pilar López Ávila.

Ya ven, hay muchas formas de literatura y todas son apasionantes, y en todas te puedes encontrar con personas que piensas para ti; ¡cómo puede escribir tan bien! Y te das cuenta, con dolor, que setenta mil títulos al año son demasiados para abarcarlos por mucho que dediques a la lectura más tiempo que a todo lo demás, cosa imposible. Y eso sin contar con que a veces repites, porque hay algunos libros que se te quedan agarrados a las neuronas del corazón. Yo regreso a Jane Austen, Simone Weil, Margaret Mead, Cortazar o a Jared Diamon más de lo que me gustaría confesar.

No sé quién se puede considerar una persona erudita en este tiempo de interconexión, en este tiempo maravilloso en que tantos millones de personas tenemos acceso a la cultura, y eso nos lleva a poder comunicarnos fluidamente, construyendo o deconstruyendo realidad.

Cuentan, y no sé si es cierto o parte del mito, que Juan Rulfo decía de sí mismo que escribía como un aficionado, pero leía como un profesional, y al final de su vida tenía una biblioteca de 17.000 ejemplares. Tuvo una importante labor como editor, sobre todo de estudios antropológicos, e incluso colaboró durante un año en la revista cultural El cuento, donde se publicaban relatos breves que seleccionaba el mismo y que incluían la leyenda “Selección de Juan Rulfo”, esos relatos que él disfrutaba y compartía eran, y son aún de autores poco conocidos.

No sé a ustedes, pero a mí no me asusta probar sabores nuevos, ni nuevas lecturas, y nunca siento que leer sea, me guste el libro más o menos, perder el tiempo.

De seudónimos, escritoras y gente que lee

ElDiario.es

El trío de escritores y guionistas Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, que se ocultaban tras el seudónimo de Carmen Mola, en foto de archivo EFE/Quique Garcia

Supongo que a ustedes también les pasa que a veces sienten que no deben ser de este mundo. A mí me pasa mucho, la verdad, pero uno de los días que se me quedó más cara de pánfila fue después de la entrega del premio Planeta.

Y no fue por descubrir quién era Carmen Mola, sino por haberme perdido todo el proceso. Yo supe el mismo día y en orden inverso, que Carmen Mola eran tres hombres, y que llevaba años siendo super ventas ¿Una escritora que vende más de 300.000 ejemplares de su trilogía, que está traducida a 11 idiomas, que ha vendido los derechos de sus libros a la televisión y yo, que me declaro feminista, no me he enterado de nada? Y para ahondar más en la herida, tampoco sabía quien era Paloma Sánchez-Garnica, que ha quedado finalista, y que desde 2006 es, ella sí, una escritora de éxito.

Pero volvamos a mi cara de pánfila. Lo primero que supe de Carmen Mola es que la retiraban de las estanterías de Mujeres & compañía, una de mis librerías favoritas, a las que aplaudo el gesto. Y luego ya me puse a leer. No sus libros, yo solo leo novela negra si es divertida, al estilo de Beatriz Oses, o si es antiespecista, como la última de Susana Martín Gijón. Y es que está claro, que literariamente, la mayoría social y yo no compartimos los mismos gustos.

He hecho una pequeña encuesta entre mis amistades, que son muchas, y para mi tranquilidad solo una persona conocía las novelas, y aunque comenzó la primera, no fue capaz de terminarla porque atentaba contra su sensibilidad. Otra amiga me dice que no conocía nada del fenómeno editorial, pero que ahora que sabe que están escritas por tres hombres de masculinidad frágil tampoco las va a leer. Sin embargo, el mundo no piensa como mi amiga y las ventas siguen en aumento.

La aparición de los señores Carmen Mola, y las reacciones sociales, sucede en mi vida al mismo tiempo que me llega la novela “Alegría” de Miguel Ángel Carmona que ha sido Premio Ciudad de Badajoz, construida a partir del testimonio de once víctimas de violencia de género. Una novela excelente cuya lectura recomiendo encarecidamente, pero que página tras página me llevaba a preguntarme qué hubiera escrito yo de diferente, porque sinceramente de no saber que Miguel Ángel es un hombre, perfectamente la hubiera leído como fruto del trabajo de una mujer.

Además, por esos días, fui a escuchar el coloquio del Día de las Escritoras, organizado en la biblioteca de Cáceres con Laura León y Beatriz Osés, donde ésta última confiesa que ella considera que los premios literarios son el equivalente a las oposiciones, y dan la medida de tu calidad al escribir, pero que ella siempre se presenta con seudónimo masculino para que no existan prejuicios al leerla. Y me acuerdo de Joanne Rowling, a la que se le pidió allá por 1997 que añadiera una K a su nombre, para sonar más masculina y no asustar a los lectores (hombres), aún no hace 25 años.

Por eso espero que me puedan perdonar este pensamiento disidente, pero… ¿no es un signo de los nuevos tiempos más igualitarios que tres hombres heterosexuales, de probado éxito y sin presión editorial, escriban bajo un seudónimo femenino? Ya sé que dicen que en el mundo de la novela negra ahora las que triunfan son mujeres, y estos hombres se han apropiado de ese espacio ganado con tanto esfuerzo. Pero yo me siento como en el debate de las mujeres trans. Es que en el camino hacia la igualdad, me parece a mí, que lo que debe suceder es que dejemos de pelear por los cupos, y aunque a día de hoy los considero imprescindibles en muchos ámbitos, y agradezco que existan librerías que solo venden libros escritos por mujeres, porque las escritoras, sobre todo las excéntricas que no coincidimos con la mayoría social, aún necesitamos esos apoyos, también debe suceder, simultaneamente, que la linea entre sexo y género se borre, y que la utopía de ser Personas valoradas por nuestras capacidades, más allá de nuestros genitales y nuestros nombres, esté en el horizonte y pueda a veces, estar al alcance de la mano.

Para escribir esta reflexión he hecho un repaso de las listas de superventas en nuestro país. Para mi tristeza en 2020 gana de largo Arturo Pérez-Reverte, seguido de Ken Follet, aunque en la Feria del libro de Madrid el más vendido ha sido Fernando Aramburu, seguido de María Dueñas. En la literatura infantil se lleva la palma Antonio Rubio, seguido de Nick Denchfield, y en la Juvenil arrasa María Martínez que tiene el puesto uno y diez con dos de sus libros, y el dos es para R. J. Palacio (una mujer aunque su nombre no lo de a entender). Y si buscamos en ensayo, mi género favorito, nos encontramos con “La historia secreta de Jane Eyre” un estudio de John Pfordresher, seguido de “El camino hacia la no libertad” de Timothy Snyder.

En mi repaso rápido de libros superventas he puesto diez nombres, como ven siete son de hombre y tres de mujer, creo que a vista de pájaro se ve claramente que la Igualdad sigue siendo ese sistema deseable que aún parece más una señal en el horizonte que una realidad para mañana.

Si ustedes se preguntan, por pura curiosidad, cuáles de estos libros me he leído yo, debo decirles que solo he leído El pollito Pepe, de Nick Denchfield. Y es que al igual que soy una escritora de lo pequeño, soy una lectora de minorías.

Para la próxima entrega me daré el gusto de hablarles de mis libros favoritos.

NOTA final: dudo mucho que al trio masculino de Carmen Mola le importe ni un poco mi reflexión, y sé que puedo perder muchos puntos en mi carnet de feminista. Pero a fin de cuentas, ¿de qué sirve la libertad de expresión si no la ejercemos?

Aunque también es posible que mi simpatía venga dada porque han elegido llamarse Carmen, como yo. Por favor, lean esto entre risas.

COP26 en noviembre, ¿feliz convivencia?

ElDiario.es


Cada año, en el mundo mueren 70 mil millones de animales para entrar en la cadena alimenticia de las personas, pero una persona vegana es responsable directa de salvar la vida a 200 o 300 animales al año

Foto de Anna Pelzer en Unsplash

Me siento a escribir rodeada de noticias sobre la COP26, pero no se preocupen, que no les voy a dar más la lata con eso. Creo que hay suficientes análisis sesudos sobre lo dicho, lo hecho, y las razones del retraso en poner verdaderamente manos a la tarea de salvarnos. 

Ustedes saben de sobra que el mundo superará en solo 11 años el límite de emisiones de CO2 que marca una catástrofe medioambiental y que el acuerdo de Glasgow para salvar los bosques en 2030 llega mientras se bate el récord de destrucción de la Amazonía.

Se ha dicho muchas veces, pero sigue siendo un misterio, que somos la única especie animal que atenta contra su propia supervivencia. Se dice así para simplificar, porque hemos quedado fuera de la autorregulación de los ecosistemas. Pero dado nuestro grado de conciencia sobre nuestra propia existencia, llama la atención que no podamos dar con respuestas satisfactorias a nuestro ilógico comportamiento. 

Como me gusta leer de todo, me he encontrado un artículo que expone un estudio publicado en Proceedings of the National Academies of Science, que parece demostrar que la actividad cerebral consciente está relacionada con la llamada “sustancia química del placer al obtener la recompensa esperada” o dopamina. Es un neurotransmisor producido en una amplia variedad de animales, incluidos tanto vertebrados como invertebrados, y  cumple funciones de neurotransmisor en el sistema nervioso central. 

Saber esto me intranquiliza. ¿Qué nos pasa? ¿La conciencia se nutre de dopamina, pero para producir dopamina necesitamos experiencias egoístas y altamente perjudiciales para el conjunto del planeta? ¿Es que no podemos hacernos conscientes y encontrar placer en el ejercicio del cuidado y del apoyo mutuo? 

Cambios en el día a día

Por mi propia experiencia les aseguro que podemos perfectamente. Ya saben que soy vegana, lo digo a todas horas en todas partes, y desde mi pasado cumpleaños lo llevo escrito en mi ropa. Y debo confesar que ser vegana es una fuente incesante de placer para mí, debo tener los niveles de dopamina por las nubes. 

Curiosamente la COP26 se celebra en noviembre, mes del veganismo. Gandhi, el político indio, dijo: “debes ser el cambio que deseas ver en el mundo” y aunque es cierto que necesitamos muchos cambios a nivel político y económico, creo que un cambio en nuestro día a día, sería, ahora mismo, tan efectivo como la revolución francesa en su momento. Y sin guillotina. 

Cada año, en el mundo mueren 70 mil millones de animales para entrar en la cadena alimenticia de las personas, pero una persona vegana es responsable directa de salvar la vida a 200 o 300 animales al año. Esto me lo recuerdo a mi misma cada vez que abro la boca. Y es un placer. 

Además, una persona vegana ahorra agua. Los datos sobre el acceso al agua son terribles, y nos informan de que 783 millones de personas en el mundo no tienen acceso a agua limpia, pero mientras tanto la ganadería utiliza casi un 1/3 del agua potable disponible en el planeta (Water Resources and Industry, 2013). ¿Más argumentos? Se necesita un 72% más de agua para criar vacas de  leche que para producir soja, o avena. Y si queremos añadir el componente amoroso a nuestro egoísmo, dejaríamos de torturar a vacas y terneros, obligados a separarse en las 36 horas posteriores al parto, sólo para que los supermercados se llenen de bricks o de quesos. 

Por otra parte, los alimentos de origen vegetal tienen una menor huella de carbono que los de origen animal. La cuarta parte de las emisiones globales proviene de los alimentos. Este cálculo se hace tomando en cuenta los nutrientes necesarios para que crezcan, hasta el transporte necesario para acercarlos a nuestros hogares, e incluso la tasa de desperdicio, no olvidemos que un tercio de todos los alimentos del mundo los convertimos en basura. Pero en este recuento opulento las vidas animales dejan más huella de carbono durante sus vidas esclavizadas y sus muertes violentas.  

Otra ventaja placentera del ser vegano es el ahorro en sanidad, porque la comida vegana, aunque sea ultra procesada sigue siendo 100% libre de colesterol. Y si la dieta vegana es saludable, el plan es perfecto. Una dieta basada en frutas, verduras, cereales y legumbres disminuye el riesgo de desarrollar diabetes. Y por si no lo sabían, el 75% de las enfermedades infecciosas emergentes provienen de ingerir a otros animales.

Y uno no es solidario sólo con los otros animales, o con el medioambiente en general, también hay solidaridad entre personas en el veganismo. Según estudios de viabilidad futura el ve­ganismo es la única forma de alimen­tar a una población creciente. “si todas las personas fueran veganas, y no se desperdiciara comida, la producción actual podría alimentar a 10.000 millones de personas. 

Y en lo cercano debo contarles que las personas que trabajan en los mataderos o en las granjas industriales suelen estar dentro de las escalas más bajas del ranquin social (menores salarios y valoración social), pero la experiencia de coexistir con la violencia extrema cotidiana hace que sean un sector con problemas de salud mental, que van desde la depresión al suicidio.  Esas personas podrían tener empleos más felices en la emergente industria vegana. 

También el mar se beneficia del veganismo. Solo un pequeño apunte egoísta. Los cálculos oficiales hablan de que 300.000 ballenas y delfines mueren cada año víctimas de la pesca industrial. 

Hay muchos, muchísimos más placeres en el estilo de vida vegano. Ojalá los descubran ustedes muy pronto. Yo he aprovechado que la COP26 se celebra en noviembre, para recordarles que si los gobiernos nos dan la espalda, aún no está todo perdido, porque tenemos el poder de decidir qué comprar y dónde, y comprar ya se sabe que es una actividad placentera.