Publicado en ElSaltoDiario en co-autoría con Juan Carlos Vila
Hay muchos debates abiertos estos días, sin embargo hay uno que, pese a acompañarnos desde la década de los 70 del pasado siglo, sigue requiriendo un posicionamiento firme, y este debate es el que se viene dando sobre la maternidad subrogada.
Toda cuestión que implica un dilema ético debe ser abordada desde varios prismas, y a nosotras nos parece que hay un prisma que está siendo olvidado: la consideración de persona de la niña o niño que se gesta.
Cuando se habla de maternidad, se habla, la mayor parte de las veces, desde el punto de vista de la madre, porque ella pone el cuerpo y el tiempo de la gestación, y pone su estabilidad emocional al servicio de la vida que llega. No se suele hablar del padre (que daría para otro artículo), pero lo que queremos abordar aquí es lo que se suele obviar, a la persona que viene.
SUBROGACIÓN Y TRATA
Se ha entrado en largas discusiones bioéticas sobre donde está el inicio o desde cuándo se considera persona al sujeto de la gestación. Independientemente de la conclusión de ese debate, hay un punto en el que ya lo es, y ese es el verdadero sujeto de la subrogación. La propiedad del gestado se considera derecho (con minúscula, ya que no es para nosotras nada merecedor de mayúscula) de la madre, o en su caso de los progenitores. Y como tal, se producen no sólo los acuerdos comerciales que dan como resultado la gestación subrogada, sino también el ejercicio de la patria potestad. Afortunadamente, esta última ya ha resultado amputada en las leyes actuales y considera ilegal la venta del menor, considerándolo trata. Pero es que, en realidad, este tipo de subrogación es trata. Doble a nuestro entender, porque trafica con el bebé y con la madre.
Ahora bien, se nos presentan en ocasiones comparaciones perversas, ya que pretenden encender nuestros sentimientos de solidaridad al comparar la acción de entregar un bebé con la de donar un riñón, un órgano sin independencia ni vida propia, la equiparación entre el riñón y la “gestación de una criatura”, y no con la persona misma es ya perversa. Pero es que el riñón es una parte de nosotros, es constituyente. Incluso en caso de ser otro órgano, o de solo conservar un riñón, implica dar la vida por otra persona.
La “criatura” es un ser independiente, que no nos pertenece, y que gestamos como parte del proceso reproductivo de nuestra especie; le servimos para que se convierta en una persona, no nos sirve para satisfacer nuestros deseos de procreación, de perpetuación o de aumento patrimonial para subsistencia o enriquecimiento.
Cuando nos plantean el caso específico de la generosidad de una hermana que entrega su cuerpo y su tiempo para satisfacer el deseo de maternidad de su hermana o hermano se convierte en una excepción que quizás ( y queremos decir quizás porque en esto ni las dos personas que escribimos nos ponemos de acuerdo) sí debería estar regulada, pero no como excepción a una norma, sino como norma en sí.
El derecho se ha acostumbrado a regular para toda la sociedad, para las mayorías, mientras que las minorías se convertían en excepciones, que o bien eran tratadas como tales, o simplemente como “daños colaterales” del bien de la mayoría, como sabemos por experiencia quienes defendemos el derecho a educar en familia. Regular una excepción implicaría dotar de estatus legal a circunstancias como el que dentro de la misma familia se realicen estos actos de apoyo mutuo, de donación, donde además se va a poder mantener el lazo inicial.
Y no confundamos adopción con subrogación de la maternidad (llamar donación a esto implica llevarlo al terreno de las donaciones económicas, no a la “donación de sí”). La adopción, como acto jurídico, es una demostración de que nuestro sistema no funciona y pretender que asimilar su sistema a este otro tema va a servir de algo es no conocer la realidad, o aceptar que sea aceptable el abandono de tantos miles de niñas y niños en manos de la subrogación del Estado, simple y llanamente por cuestiones procedimentales.
Donar la capacidad de gestar es un eufemismo para lavar nuestra conciencia
En resumen. “Donar la capacidad de gestar” es un eufemismo para lavar nuestra conciencia, para poner una cortina entre una nueva forma de comercio, nuestro egoísmo genético digno de ser estudiado por Richard Dawkins (autor del ensayo El gen egoista) antepuesto a nuestro sentido de la Justicia, ahora sí con mayúsculas.
La vida no se subroga. La vida se comparte, se disfruta, se padece, se ríe o se llora. La vida siempre se da y a veces, algunos se creen con derecho a quitarla. No debemos olvidar que cada una de nosotras la vivimos cargadas de preguntas, heridas en nuestra psique en la mayor parte de los casos por nuestros anhelos, por el desamor (porque el amor nunca es completo), por las pérdidas que van jalonando nuestro camino y construimos nuestra felicidad sobreponiéndonos al dolor de las pérdidas.
No se lo hagamos más difícil a nadie. Pero, cuando hablamos de la trata de personas, en este caso con fines reproductivos, tenemos que afirmar contundentemente a las mujeres que no podemos, no debemos, no tenemos derecho a convertirlas en vasijas, sin olvidar que las principales víctimas de esta trata son las mujeres pobres o en riesgo de pobreza; y que sea la subrogación tradicional (o parcial) o gestacional es siempre comprar niñas y niños.
La esclavitud está en los orígenes del patriarcado y es por ello que erradicarla en cualquiera de sus formas es la única puerta que da paso a la sociedad igualitaria y justa que queremos.